PARA FINADOS, 02 de Noviembre:
Relatos piadosos.
Siempre es bueno reavivar nuestra creencia en el purgatorio, porque seguramente habrá allí en este momento parientes, amigos y conocidos a la espera de que nuestras oraciones le hagan más corto su período de purgación, y porque quizás nos toque estar allí un tiempo, y estaremos también anhelando que oren por nosotros.
nueve relatos antiguos sobre almas del purgatorio.
PRIMER RELATO
Refiere Tomás de Cantimprato que a un hombre muy virtuoso, pero
que, a causa de una larga y terrible enfermedad, estaba muy deseoso de
morir, se le apareció el Ángel del Señor y le dijo:
“Dios ha aceptado tus deseos,
escoge, pues: o pasar tres días en el purgatorio y después ir al cielo, o
ir al cielo sin pasar por el purgatorio, pero sufriendo todavía un año
de esa enfermedad”.
Eligio lo primero: murió y fue al purgatorio. No había aun pasado un día, cuando el ángel se le presento de nuevo.
Apenas le hubo visto aquella pobre alma, “no es posible, exclama, que tú seas el Ángel bueno, pues me haz engañado así.
Me decías que solo estaría tres días en este lugar, ¡y hace ya tantos años que estoy sufriendo aquí las más horribles penas!
-Tú eres quien te engañas, contesto el Ángel: todavía no ha pasado
un día, tu cuerpo esta aún por enterrar, si prefieres sufrir un año más
esta enfermedad Dios te permite aún salir del Purgatorio y volver al
mundo.
- Si, Ángel santo, replicó, no solo esta enfermedad durante un año,
sino cuantas penas, dolores y males haya en el mundo sufriré gustoso,
antes que padecer una sola hora las penas del Purgatorio”.
Volvió, pues, a la vida y sufrió con admirable alegría un año más
aquella enfermedad, publicando a todos. lo terrible que son las penas
del Purgatorio.
SEGUNDO RELATO
Refieren varios autores que estando un religioso carmelita descalzo
en oración, se le apareció un difunto con semblante muy triste y todo
el cuerpo rodeado de llamas.
- ¿Quién eres tú? ¿Qué es lo que quieres?, preguntó el religioso.
- Soy, respondió, el pintor que murió días pasados, y dejé cuanto había ganado para obras piadosas.
-¿Y cómo padeces tanto, habiendo llevado una vida tan ejemplar?, volvió a decirle al religioso.
-¡Ay!, contesto el difunto, en el tribunal del supremo Juez se
levantaron contra mi muchas almas, unas que padecían terribles penas en
el purgatorio, y otras que ardían en el infierno, a causa de una pintura
obscena que hice a instancias de un caballero.
Por fortuna mía se presentaron también muchos santos, cuyas
imágenes pinte, y dijeron para defenderme que había hecho aquella
pintura inmodesta en la juventud, que después me había arrepentido y
cooperado a la salvación de muchas almas, pintando imágenes de Santos, y
por último que había empleado lo que había ganado a fuerza de muchos
sudores, en limosnas y obras de piedad.
Oyendo
el Juez soberano estas disculpas, y viendo que los santos interponían
sus meritos, me perdonó las penas del infierno pero me condenó a estar en el purgatorio mientras dure aquella pintura.
Avisa pues, al caballero N.N. que la eche al fuego, y ¡ay! de él si no lo hace.
Y en prueba de que es verdad lo que te digo, sepa que dentro de poco tiempo morirán dos de sus hijos.
Creyó, en efecto, el caballero la visión y arrojo al fuego la imagen escandalosa.
Antes de los dos meses se le murieron los dos hijos, y el reparó con rigurosa penitencia los daños ocasionados a las almas.
TERCER RELATO
Estaba santa Brígida en altísima contemplación, cuando fue llevada en espíritu al purgatorio.
Allí
vio, entre otras, a una noble doncella, y oyó que se quejaba
amargamente de su madre, por el demasiado que le había tenido: “!AH!
decía, en vez de reprenderme y sujetarme, ella me proporcionaba modas,
novios, me incitaba a ir a los bailes, saraos, teatros, y hasta me
engalanaba ella misma.
Es
verdad que me enseñaba alguna devociones, pero que gusto podían dar
estas a Dios yendo mezcladas con tanto galanteo y profanidad?.
No obstante, como la misericordia del señor es tan grande, por
aquellas devociones que hacía, Dios me concedió tiempo para confesarme
bien y librarme del infierno.
Pero ¡ay!, ¡que penas estoy padeciendo, si lo supieran mis amigas!!, ¡que vidas tan distintas llevarían!!.
La cabeza que antes ataviaba con dijes y vanidades esta ahora
ardiendo entre llamas vivísimas, las espaldas y brazos que llevaba
descubiertos los tengo ahora cubiertos y apretados con hierros de fuego
ardentísimo, las piernas y pies, que adornaba para el baile ahora son
atormentados horriblemente, todo mi cuerpo, en otro tiempo tan pulido y
ajustado ahora se halla sumergido en toda clase de tormentos.”
Conto
la santa esta visión a una prima de la difunta, muy entregada también a
la vanidad, y ésta cambio de vida en términos que, entrando a un
convento de muy rigurosa observancia procuró con rigidísimas penitencias
reparar los desordenes pasados, y auxiliar a su parienta que estaba
padeciendo tanto en el purgatorio.
CUARTO RELATO
Había en Bolonia una viuda noble, que tenía un hijo único muy
querido. Estando divirtiéndose un día con otros jóvenes, paso un
forastero y les interrumpió el juego.
Reprendiéndole ásperamente el hijo de la viuda, y resentido el
forastero, sacó un puñal, se lo clavó en el pecho y dejándole palpitando
en el suelo, echó a huir calle abajo con el puñal ensangrentado en la
mano, y se metió en la primera casa que encontró abierta.
Allí suplicó a la señora que por amor de Dios le ocultase, y ella,
que era precisamente la madre del joven asesinado, le escondió en
efecto. Entre tanto llego la justicia buscando al asesino, y no
hallándole allí,
“sin duda, dijo uno de los que les
buscaba, no sabe esta señora que el muerto es su hijo, pues si lo
supiera, ella misma nos entregaría al reo, que indudablemente debe estar
aquí”.
Poco falto, para que muriese la madre de sentimiento al oír estas palabras. Más luego, cobrando
ánimo y conformándose con la voluntad Divina, no solo perdonó al que
había matado a su único y tan estimado hijo, sino que le entregó todavía
una cantidad de dinero y el caballo del difunto para que huyese con más
prontitud, y después le adoptó como su hijo.
Pero, ¡cuán agradable fue a Dios esta generosa conducta!
Pocos días después estaba la buena señora, haciendo oración, por el alma del difunto, cuando de pronto se le apareció su hijo, todo resplandeciente y glorioso, diciéndole:
“Enjuagad madre mía, vuestras lagrimas
y alegraos, que me he salvado. Muchos años tenía que estar en el
purgatorio, pero vos me habéis sacado de él, con las virtudes heroicas
que practicasteis perdonando y haciendo bien al que me quitó la vida.
Más os debo por haberme librado de tan terribles penas, que por haberme dado a luz.
Os doy las gracias por uno y otro favor, ¡adiós, madre mía, adiós, me voy al cielo donde seré dichoso por toda la eternidad”.
QUINTO RELATO
Derrotado por Cayano, el ejército de Mauricio y hechos prisioneros
gran número de soldados, Cayano pidió al emperador una moneda y no de
valor muy subido, por el rescate de cada prisionero.
Mauricio se negó a darla. Cayano pidió entonces una de menos valor,
y habiéndosela también rehusado, exigió por ultimo una ínfima cantidad,
la que no habiendo podido lograr tampoco, irritado el bárbaro, mando
cortar la cabeza a todos los soldados imperiales que tenía en su poder.
Más ¿Qué sucedió?
Pocos días después Mauricio tuvo una espantosa visión. Citado al
tribunal de Dios, veía gran multitud de esclavos que arrastraban pesadas
cadenas, y con horrendos gritos pedían venganza contra él.
Oyendo el Juez supremo, tan justas quejas, se vuelve a Mauricio y le pregunta:
¿Dónde quieres ser más castigado: en esta o en la otra vida?
-¡Ah! Benignísimo Señor, responde el prudente emperador, prefiero ser castigado en este mundo.
Pues
bien, dijo el juez, en pena de tu crueldad con aquellos pobres
soldados, cuya vida no quisiste salvar a tan poco precio, uno de tus
soldados te quitara la corona, fama y vida acabando con toda tu
familia”.
En efecto, pocos días después se le insurreccionó el ejército, proclamando a Focas por emperador.
Mauricio
fugitivo se embarcó en una pequeña nave con algunos pocos que le
seguían, más en vano, furiosas las olas lo arrojan a la playa, y
llegando los partidarios de Focas, le atan a él y a cuantos le seguían y
los llevan a Eutropia, en donde, ¡oh, padre infeliz!
Después de haber visto con sus propios ojos la cruel carnicería
que hicieron de cinco hijos suyos, fue muerto ignominiosamente, y no
pasó mucho tiempo sin que el resto de su familia sufriese la misma
desgracia.
¡Ah! Cristianos que oís esto, no son unos pobres soldados, son
vuestros propios hermanos y vuestros propios padres los que han caído
prisioneros de la Justicia divina.
Este Dios misericordioso pide por su rescate una muy pequeña moneda, de gran valor, es verdad, pero muy fácil de dar.
“¿Y seréis tan duros que se le neguéis?
¿Tan insensibles seréis a la felicidad de las ánimas y a vuestros propios intereses?
SEXTO RELATO
Tenía una pobre mujer napolitana una numerosa familia que mantener, y a su marido en la cárcel, encerrado por deudas.
Reducida a la ultima miseria, presentó un memorial un gran señor,
manifestándole su infeliz estado y aflicción, pero con todas las
súplicas no logró más que unas monedas.
Entra desconsolada a una Iglesia, y encomendándose a Dios, siente
una fuerte inspiración de hacer decir con aquellas monedas una Misa por
las Ánimas, y pone toda su confianza en Dios, único consuelo de los
afligidos. ¡Caso extraño!
Oída la Misa, se volvía a casa, cuando encuentra a un venerable
anciano, que llegándose a ella le dice: “¿Qué tenéis, mujer? ¿Qué os
sucede?”
La pobre le explicó sus trabajos y miserias. El anciano
consolándola le entrega una carta, diciéndole que la lleve al mismo
señor que le ha dado las monedas.
Este abre la carta, y ¿Cuál no es su sorpresa cuando ve la letra y firma de su amantísimo padre ya difunto?
¿Quién os ha dado esta carta?
-No lo conozco, respondió la mujer, pero era un anciano muy parecido a aquel retrato, solo que tenía la cara más alegre.
Lee de nuevo la carta, y observa que le dicen: “Hijo mío muy querido, tu padre ha pasado del purgatorio al cielo por medio de la Misa que ha mandado celebrar esa pobre mujer.
Con todas verás la encomiendo a tu piedad y agradecimiento, dale una buena paga, porque está en grave necesidad”.
El caballero, después de haber leído y besado muchas veces la
carta, regándola con copiosas lagrimas de ternura: “Vos, dice a la
afligida mujer, vos con la limosna que os hice, habéis labrado la
felicidad de mi estimado padre, yo ahora haré la vuestra, la de vuestro
marido y familia”.
En efecto, pagó las deudas, sacó al marido de la cárcel, y tuvieron
siempre de allí en adelante cuanto necesitaban y con mucha abundancia.
Así recompensa Dios, aún en este mundo, a los devotos de las benditas Animas.
SÉPTIMO RELATO
Cómo, diciendo misa el hermano Juan de Alverna el día de Difuntos,vio que muchas almas eran liberadas del purgatorio.
Celebraba
una vez la misa el hermano Juan el día siguiente a la fiesta de Todos
los Santos por todas las almas de los difuntos, como lo tiene dispuesto
la Iglesia, y ofreció con tanto afecto de caridad y con tal piedad de
compasión este altísimo sacramento, el mayor bien que se puede hacer a
las almas de los difuntos por razón de su eficacia, que le parecía
derretirse del todo con la dulzura de la piedad y de la caridad
fraterna.
Al alzar devotamente el cuerpo de Cristo y ofrecerlo a Dios Padre,
rogándole que, por amor de su bendito Hijo Jesucristo, puesto en cruz
por el rescate de las almas, tuviese a bien liberar de las penas del
purgatorio a las almas de los difuntos creadas y rescatadas por Él, en
aquel momento vio salir del purgatorio un número casi infinito de almas,
como chispas innumerables que salieran de un horno encendido, y las vio
subir al cielo por los méritos de la pasión de Cristo, el cual es
ofrecido cada día por los vivos y por los difuntos en esa sacratísima
hostia, digna de ser adorada por los siglos de los siglos. Amén.
OCTAVO RELATO
Cómo, por los méritos de fray Gil,fue librada del purgatorio el alma de un fraile Predicador, amigo suyo.
Estaba ya fray Gil con la enfermedad de la que a pocos días murió, y enfermó también de muerte un fraile dominico.
Otro religioso amigo de éste, viéndole próximo a morir, díjole:
– Hermano mío, si te lo permitiese el Señor, quisiera que después de tu muerte vinieses a decirme en qué estado te encuentras.
El enfermo prometió complacerle, caso de que le fuese posible.
Ambos enfermos murieron el mismo día, y el de la Orden de Predicadores se apareció a su hermano superviviente, y le dijo:
– Voluntad es de Dios que te cumpla la promesa.
– ¿Qué es de ti? -le preguntó el fraile.
– Estoy bien -respondió el muerto-, porque aquel mismo día murió un
santo fraile Menor, llamado fray Gil, al cual, por su grande santidad,
concedió Jesucristo que llevase al cielo todas las almas que había en el
purgatorio.
Con ellas estaba yo en grandes tormentos, y por los méritos del santo fray Gil me veo libre.
Dicho esto, desapareció, y el fraile que tuvo esta visión no la
reveló a nadie; pero ya enfermo, temeroso del castigo de Dios por no
haber manifestado la virtud y gloria de fray Gil, hizo llamar a los
frailes Menores.
Se
presentaron diez, y, reunidos con los frailes Predicadores, reveló el
enfermo devotamente la visión ya referida. Investigaron con diligencia, y
supieron que los dos habían muerto en un mismo día.
En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco.
Amén.
NOVENO RELATO
Santa Gertrudis, aquella esposa tan regalada del Señor, había hecho
donación de todos sus meritos y obras buenas a las pobres Animas del
purgatorio, y para que los sufragios tuviesen más eficacia y fuesen más
adeptos a Dios, suplicaba a su Divino Esposo le manifestase porqué alma
quería que satisfaciese.
Se
lo otorgaba su Divina Majestad, y la santa multiplicaba, oraciones,
ayunos, cilicios, disciplinas y otras penitencias, hasta que aquella
alma hubiese salido del purgatorio.
Sacada una, pedía al Señor le señalara otra, y así logro liberar a muchas de aquel horrible fuego.
Siendo ya la santa de edad avanzada, le sobrevino una fuerte tentación del enemigo que le decía: “¡Infeliz de ti!
¡Todo lo has aplicado a las Animas del Purgatorio, y no haz
satisfecho todavía tus pecados! Cuando mueras, ¡que penas y tormentos te
esperan!”
No dejaba de acongojarla este pensamiento, cuando se le apareció
Cristo Señor Nuestro, y la consoló diciendo: “Gertrudis, hija mía muy
amada, no temas, los sufragios que tu ofreciste a las Animas del
Purgatorio, me fueron muy agradables, tu no perdiste nada, pues en
recompensa no solo te perdono las penas que allí habías de padecer, sino
que aún aumentaré tu gloria de muchísimos grados.
¿No había prometido yo dar el ciento por uno, pagando a mis fieles servidores con medida buena, abundante y apretada?
Pues
mira, yo haré que todas las almas libertadas con tus oraciones y
penitencias te salgan a recibir con muchos Ángeles a la hora de la
muerte, y que, acompañada de este numeroso y brillante cortejo de
bienaventurados, entres en el triunfo de la gloria”.
Fuente: Jesús te busca
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